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Diócesis de Zárate – Campana

Lunes 20 de mayo
LUNES DESPUÉS DE PENTECOSTÉS: MARÍA ESPOSA DEL ESPÍRITU Y EL “CONDISCIPULADO”: SER FIELES AL LEGADO DEL SEÑOR

San Francisco de Asís (quizá habiendo escuchado la expresión del poeta Prudencio) y ciertamente iluminado de lo Alto, cuando se refería a María la vinculaba “con la Iglesia”, habiendo sido este extraordinario santo uno de los que llamaba a la Virgen «esposa del Espíri…tu Santo». Por serlo, la Virgen, en Cristo, “gesta y da a luz” a todo discípulo, cumpliendo lo que el Señor Jesús muriente, señalando a Juan (y en él, a todo discípulo): le encargó desde la cruz: «Mujer, aquí tienes a tu hijo», como narra el Evangelio de hoy (+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 19, 25-27).

Podemos decir que este lunes después de la Fiesta de Pentecostés significa una muy especial visión de María, la Virgen Madre, como “ícono de la Iglesia”, ícono “renovador en el Espíritu, su Esposo”, ícono nada estático sino lleno de serena dýnamis para, con su intercesión poderosa, actualizar en nosotros, los discípulos, la imagen del Hijo, y para fortalecer nuestro con-discipulado…

En verdad, una renovación en el Espíritu nos ha de llevar a ver en todo discipulado un con-discipulado (salvados “en racimo”), porque el “espacio de verdadera fraternidad” que crea Pentecostés, como Ekklesía, Iglesia convocada y convocante, tiene su surgiente en María, siendo ella, a la vez, miembro «excelentísimo y enteramente singular» (Lumen gentium, 53) y «verdadera madre de los miembros de Cristo» (ib.).

El Papa Francisco, en el rezo del Regina coeli de ayer, 19 de mayo, nos decía que habíamos vivido “(…) un renovado Pentecostés que ha transformado la Plaza de San Pedro en un Cenáculo a cielo abierto. Hemos revivido la experiencia de la Iglesia naciente, unidos en oración con María, la Madre de Jesús (Cf Hch 1,14). Pienso que el revivir la experiencia de la Iglesia naciente significa para nosotros “dejarnos hacer por la gracia” para “nacer de nuevo”, re-nacer, en la Iglesia, como Iglesia, revivificando nuestro “ser discípulos” y nuestro condiscipulado poniéndonos en un también renovado camino evangelizador, impulsados por el dinamismo de la presencia del Espíritu. Seremos así, cada día, purificados por la dinámica de nuestra propia “muerte-resurrección-ser enviados”, compartidos por Cristo, que vive por siempre y nos envió junto con el Padre el Espíritu de Amor.

No defraudemos ese “ultimo encargo” de Cristo muriente, es su legado. Rechazar su encargo sería como ofenderlo en su cara en el momento mismo en que, desde la Cruz, nos dijo a cada uno de nosotros: «Aquí tienes a tu madre». Aunque seamos pecadores y necesitados de conversión (o precisamente por eso), lo que nos toca es, “recibirla en nuestra casa”, a la Virgen y a nuestros hermanos y hermanas, los “condiscípulos”; tanto cuanto lo habremos hecho, así seremos juzgados cuando “desaparezca la figura de este mundo” y no quede lugar más que para la Verdad misma, ante los ojos de Cristo, ojos “mil veces más brillantes que el Sol”. Ninguna mentira, y ni siquiera la mínima “excusa” tendrán lugar en ese “día”, “dies illa”.

Recibir a María y a los condiscípulos será nuestra colaboración para que la presencia de la Virgen Madre en Pentecostés pueda, por la Gracia de Cristo y con la contribución de nuestra libertad, garantizar de edad en edad, en todos los tiempos, “hasta el final” una renovada efusión del Amor, el cual sigue «creando» la Iglesia y la humanidad, lastimada, doliente (como nosotros), tan necesitada de sanación y renovación.

+Oscar Sarlinga

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