Queridos amigos:
El jueves 12 de septiembre, fiesta del Dulce Nombre de María, Madre del Bell’amore (del Amor Hermoso), celebraré con inmensa alegría el 25° aniversario de mi ordenación sacerdotal. Hace ya un cuarto de siglo, en 1999, Mons. Javier Echeverría, entonces prelado del Opus Dei y un verdadero padre para mí, me impuso sus manos, y con ello, Dios me concedió el gran don del sacerdocio.
Desde tiempos antiguos, alcanzar esta cifra ha sido considerado un hito importante, y para mí, representa un testimonio especial de la infinita misericordia y bondad de nuestro Padre Dios. Quiero compartir con ustedes esta profunda alegría y pedirles que me acompañen en la gratitud al Señor y a su Santísima Madre. Ojalá pueda yo aprovechar, sin dejar pasar, las gracias que el Cielo me concede en este momento tan significativo.
No puedo dejar de recordar con ternura el momento en que el queridísimo Beato Álvaro me dirigió ese entrañable llamado al sacerdocio, muchos años antes. Por convenientes razones profesionales —este año también cumplo 50 años como ingeniero— y por la insondable providencia divina, mi ordenación se pospuso. Sus palabras en latín aún resuenan en mi corazón: “Pedro, differetur non auferetur” (lo que se difiere, no se quita).
A lo largo de estos 25 años, solo por el Amor y la gracia de Dios, he tenido el inmenso privilegio de celebrar más de 10.000 veces la Santa Misa, confesar a alrededor de 50.000 almas, y administrar todos los sacramentos de nuestra fe. Pienso que muchos, con mucho menos, han alcanzado la santidad, y yo me siento -en verdad- tan distante…
Por eso, les pido con humildad que me acompañen con sus oraciones, para que, de la mano de San Josemaría y con su continua ayuda, pueda seguir avanzando en este Camino al Cielo, siendo cada día más Amigo de Dios, para poder llegar a ser ese Cristo que pasa para los demás. Mi familia de sangre me preparó para este camino con su amor, y mi familia en el Opus Dei me sostiene día a día en él.
Les ruego también que recen para que pueda hacer mía la sencilla, pero profunda oración que Don Álvaro repetía en cada aniversario: “Gracias, perdón, ayúdame más”.
No quisiera terminar sin ofrecer todas mis oraciones y canalizar las gracias hacia nuestro querido Mons. Fernando Ocáriz, que, como un verdadero Padre, lleva sobre sus hombros el “peso” y el cuidado de esta grande y cariñosa familia que es el Opus Dei.
Finalmente, mi agradecimiento también para todos mis hermanos sacerdotes, especialmente aquellos de Buenos Aires, Zárate-Campana y la Patagonia, que me han acompañado y siguen haciéndolo en este maravilloso camino, y a todas las personas, conocidas y desconocidas, que sé -y que no sé- que rezan por mí.
¡Con todo mi afecto, gratitud y alegría!!!!!
Pedro Brunori