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Diócesis de Zárate – Campana

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Se acerca el Encuentro Nacional de Mujeres autoconvocadas en La Plata. Hay gente con miedo, incluidos miembros de las fuerzas de seguridad, políticos y vecinos, como si viniera una horda sedienta de venganza y destrucción. Pero son mujeres, de muchos colores, con diversas formas de defender sus derechos, y también con diferencias entre ellas. Las une el sueño de una verdadera igualdad, y la ira se entiende cuando se recuerda la historia, siglos de opresión, de humillación, de dominio machista, de violencia.

A veces la bronca se concentra contra la Iglesia, que necesita una autocrítica en este tema, como en tantos otros. Durante siglos toleró la esclavitud aun cuando su fe le decía que cada ser humano -mujer o varón- tiene una dignidad inalienable. Pero hubo santos que se dedicaron a comprar esclavos para dejarlos libres. Del mismo modo, en la conquista de América hubo curas que toleraban los excesos y decían que los aborígenes no tenían alma. Sin embargo, el cura Bartolomé de las Casas se desangraba por defenderlos. De él dijo Pablo Neruda: “Pocas vidas da el hombre como la tuya… Eras la eternidad de la ternura”.

Además, hubo mujeres cristianas que supieron tomar las riendas en épocas oscuras. Santa Catalina de Siena era capaz de hacerle frente a cualquier autoridad eclesiástica, y la mexicana Juana Inés de la Cruz escribía: “Hombres necios que acusáis a la mujer sin razón”. Desde Santiago del Estero, la Mama Antula salía a caminar miles de kilómetros porque se sentía capaz de reemplazar a los jesuitas expulsados. Por no mencionar a algunas abadesas que en la Edad Media hacían temblar a los obispos. Otras muchas sufrían de parte de los eclesiásticos el desprecio y el aprovechamiento.

Durante tres días, miles de mujeres se reunirán para reflexionar sobre sus derechos y expresar su punto de vista. ¿Están todas de acuerdo acerca de las prioridades? Sé que algunas que participarán no están a favor del aborto y prefieren representar a las que son forzadas a abortar por sus patrones o por sus novios. O insisten en alcanzar una verdadera paridad laboral. O quieren ser la voz de las que sueñan con ser madres, pero mueren en el parto, desnutridas. O luchan con uñas y dientes contra la trata de mujeres. Pero hay una serie de reclamos urgentes que las unen a todas.

Corre por las redes que prometen quemar y destruir. Estoy seguro de que la mayor parte desea hacerse oír pacíficamente, reivindicando un legítimo derecho a protestar. Las que quieren dañar y destruir no las representan a ellas ni a la inmensa mayoría de la sociedad. De todos modos, quienes no hemos sabido asumir como propios los legítimos reclamos de las mujeres simplemente tendremos que abrir el oído. Bienvenidas las que vienen a enriquecer el debate público.

Ruego a todos los católicos que eviten cualquier forma de agresión verbal y toda iniciativa que termine siendo provocativa. Las mujeres católicas podrán dar su opinión en los talleres, o bien orar en sus casas. Pero no caben en esos días acciones que, con la excusa de proteger iglesias, puedan interpretarse como una “resistencia” cristiana. Quienes cuiden las iglesias y otros lugares serán las estructuras dependientes del Estado que se organizan para preservar el orden público. Como arzobispo de La Plata, me comprometí a procurar evitar todo acto, movilización o expresión que se manifieste como una contraofensiva, lo cual sería inútil, ineficaz e imprudente.

Al mismo tiempo, más allá de que pueda comprender la bronca de muchas, apelo a las mismas participantes para que colaboren en la contención de quienes buscan dañar lugares que son del pueblo. Aun las iglesias son anclajes para muchas mujeres pobres, que las viven como espacios donde recuperan las fuerzas para seguir luchando. A tantas de ellas no les importan los curas ni los obispos, pero aman los lugares sagrados que les permiten casarse, bautizar a sus hijos, llorar o gritar sus penas y esperanzas. En una época tan dura, mejor gastemos para los pobres lo que tendríamos que invertir en reparar daños.

No pretendo con estas líneas conformar a nadie, pero ofrezco mi humilde oración y mi pobre capacidad para que sigamos caminando hacia una sociedad más inclusiva. El sueño es que brille cada vez mejor la igualdad entre todos los seres humanos y el inmenso valor de cada persona más allá de su color, origen, ideas, desarrollo y orientación sexual.

Mons. Víctor Manuel Fernández

Arzobispo de La Plata

Diario La Nación 1 de octubre 2019

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