Breve biografía de Monseñor Romero
Óscar Arnulfo Romero – (15/8/1917 – 24/3/1980)
Prelado salvadoreño, arzobispo de San Salvador (1977-1980)
Nació el 15 de agosto de 1917 en Ciudad Barrios, departamento de San Miguel.
Cursó estudios en los claretianos y en la Universidad Gregoriana de Roma de 1937 a 1944. Ordenado sacerdote en 1942, la primera parroquia que atendió titularmente fue la del pequeño poblado de Anamorós en el departamento de La Unión. Es director del semanario católico Chaparras-tique.
Nombrado arzobispo de San Salvador en el año 1977. Óscar Arnulfo Romero luchó en defensa de los humildes, rechazando la violencia que se había extendido por su país y propagando el amor a la justicia.
En el año 1980, fue propuesto como candidato al Premio Nobel de la Paz.
Presidió la Conferencia Episcopal salvadoreña y fue doctor honoris causa por las Universidades de Lovaina y Georgetown.
Fue asesinado el 24 de marzo de 1980 mientras celebraba la misa.
Arzobispo de San Salvador
22 de febrero de 1977-24 de marzo de 1980
Ordenación
4 de abril de 1942
Consagración episcopal
21 de junio de 1970
Fuente: www.buscabiografias.com
Acerca de las causas de su asesinato….
En el transcurso de su ministerio Arzobispal, Mons. Romero se convirtió en un implacable protector de la dignidad de los seres humanos, sobre todo de los más desposeídos; esto lo llevaba a emprender una actitud de denuncia contra la violencia, y sobre todo a enfrentar cara a cara a los regímenes del mal.
Sus homilías se convirtieron en una cita obligatoria de todo el país cada domingo. Desde el púlpito iluminaba a la luz del Evangelio los acontecimientos del país y ofrecía rayos de esperanza para cambiar esa estructura de terror.
Los primeros conflictos de Monseñor Romero surgieron a raíz de las marcadas oposiciones que su pastoral encontraba en los sectores económicamente poderosos del país y unido a ellos, toda la estructura gubernamental que alimentaba esa institucionalidad de la violencia en la sociedad salvadoreña, sumado a ello, el descontento de las nacientes organizaciones político-militares de izquierda, quienes fueron duramente criticados por Mons. Romero en varias ocasiones por sus actitudes de idolatrización y su empeño en conducir al país hacia una revolución.
A raíz de su actitud de denuncia, Mons. Romero comenzó a sufrir una campaña extremadamente agobiante contra su ministerio arzobispal, su opción pastoral y su personalidad misma, cotidianamente eran publicados en los periódicos más importante, editoriales, campos pagados, anónimos, etc., donde se insultaba, calumniaba, y más seriamente se amenazaba la integridad física de Mons. Romero. La “Iglesia Perseguida en El Salvador” se convirtió en signo de vida y martirio en el pueblo de Dios.
Este calvario que recorría la Iglesia ya había dejado rasgos en la misma, luego del asesinato del padre Rutilio Grande, se sucedieron otros asesinatos más. Fueron asesinados los sacerdotes Alfonso Navarro y su amigo Luisito Torres, luego fue asesinado el padre Ernesto Barrera, posteriormente fue asesinado, en un centro de retiros, el padre Octavio Ortiz y cuatro jóvenes más. Por último fueron asesinados los padres Rafael Palacios y Alirio Napoleón Macias. La Iglesia sintió en carne propia el odio irascible de la violencia que se había desatado en el país.
Resultaba difícil entender en el ambiente salvadoreño que un hombre tan sencillo y tan tímido como Mons. Romero se convirtiera en un “implacable” defensor de la dignidad humana y que su imagen traspasara las fronteras nacionales por el hecho de ser: “voz de los sin voz”. Muchas de los sectores poderosos y algunos obispos y sacerdotes se encargaron de manchar su nombre, incluso llegando hasta los oídos de las autoridades de Roma. Mons. Romero sufrió mucho esta situación, le dolía la indiferencia o la traición de alguna persona en contra de él. Ya a finales de 1979 Monseñor Romero sabía el inminente peligro que acechaba contra su vida y en muchas ocasiones hizo referencia de ello consciente del temor humano, pero más consciente del temor a Dios a no obedecer la voz que suplicaba interceder por aquellos que no tenían nada más que su fe en Dios: los pobres.
Uno de los hechos que comprobó el inminente peligro que acechaba sobre la vida de Mons. Romero fue el frustrado atentado dinamitero en la Basílica del Sagrado Corazón de Jesús, en febrero de 1980, el cual hubiera acabado con la vida de Monseñor Romero y de muchos fieles que se encontraban en el recinto de dicha Basílica.
El domingo 23 de marzo de 1980 Mons. Romero pronunció su última homilía, la cual fue considerada por algunos como su sentencia de muerte debido a la dureza de su denuncia: “en nombre de Dios y de este pueblo sufrido… les pido, les ruego, les ordeno en nombre de Dios, CESE LA REPRESION”.
Ese 24 de marzo de 1980 Monseñor OSCAR ARNULFO ROMERO GALDAMEZ fue asesinado de un certero disparo, aproximadamente a las 6:25 p.m. mientras oficiaba la Eucaristía en la Capilla del Hospital La Divina Providencia, exactamente al momento de preparar la mesa para recibir el Cuerpo de Jesús. Fue enterrado el 30 de marzo y sus funerales fueron una manifestación popular de compañía, sus queridos campesinos, las viejecitas de los cantones, los obreros de la ciudad, algunas familias adineradas que también lo querían, estaban frente a la catedral para darle el último adiós, prometiéndole que nunca lo iban a olvidar. Raramente el pueblo se reúne para darle el adiós a alguien, pero él era su padre, quien los cuidaba, quien los quería, todos querían verlo por última vez.
Tres años de fructífera labor arzobispal habían terminado, pero una eternidad de fe, fortaleza y confianza en un hombre bueno como lo fue Mons. Romero habían comenzado, el símbolo de la unidad de los pobres y la defensa de la vida en medio de una situación de dolor había nacido.
Fuente: www.romeroes.com
Voz profética. Hombre de oración.
Mons. Romero, con su predicación del Evangelio y con su acompañamiento
al pueblo de Dios, se esforzó por mostrar las exigencias de la fe cristiana en el ámbito personal, eclesial y social. Muchas veces fue incomprendido, calumniado y condenado injustamente.
Como pastor era consciente de que tenía derecho a emitir opiniones sobre todo aquello que afectara a la vida de las personas, “ya que la tarea evangelizadora implica y exige una promoción integral de cada ser humano” (EG n. 182). El arzobispo salvadoreño tenía conciencia de que su voz se escuchaba en todo el país y más allá. De ahí que sintiese la necesidad de anclar toda su vida en la oración. De este modo respondía a un periodista que le preguntaba de dónde sacaba su inspiración para su trabajo y su predicación:
“Si no fuera por mi vida de oración a través de la cual trato de mantener mi unión con Dios, yo no sería más que lo que dice san Pablo: una lata que suena”.
Al respecto comenta Mons. Ricardo Urioste, colaborador fiel de Romero:
“Debo confesar que la oración es la raíz de Mons. Romero, la fuente de todo lo que fue toda su vida. Eligió ser conducido por el Espíritu Santo”.
Realizó el ministerio de la Palabra con gran entrega. Su homilía dominical
desde catedral era muy escuchada: “Unos la aceptan y son felices, otros
la rechazan y se obstinan en su maldad”, decía sobre la diferente acogida que encontraba su predicación. Las homilías tenían la peculiaridad de unir
íntimamente el comentario bíblico y la historia humana, la interpretación
escriturística y la actualidad de su país. Eran palabras que tocaban el corazón de los salvadoreños, eran comprendidas por todos. En la homilía
del 4 de diciembre de 1977 leemos lo siguiente:
“Es la palabra como el rayo del sol que viene desde las alturas e ilumina, ¿qué culpa tiene el sol de encontrar su luz purísima charcos, estiércol, basura en esta tierra?Tiene que iluminarlo, si no, no sería sol, no sería luz, no descubriría lo feo, lo horrible que existe en la tierra”.
Con su predicación llama continuamente a la conversión como el único camino que conduce a la reconciliación. Quiere también prevenir la violencia apelando a los valores de la conciencia, a los mandamientos de Dios, a la obligación de obedecer a Dios antes que a los hombres. “Mi voz desaparecerá pero mi palabra, que es Cristo, quedará en los corazones que lo hayan querido recoger”, indicaba en su homilía del 17 de diciembre de 1978.
En la exhortación apostólica Evangelii Gaudium leemos que: “La homilía es la piedra de toque para evaluar la cercanía y la capacidad de encuentro de un Pastor con su pueblo” (n.135). Entonces, Romero fue un Pastor muy cercano a su pueblo. El vínculo con el magisterio de la Iglesia fue permanente en cada predicación. Nunca faltaban las citas de los papas, del Concilio Vaticano II y de los principales documentos del episcopado latinoamericano. Se ha mencionado que en las casi doscientas homilías editadas, Mons. Romero cita 373 veces a Pablo VI y Juan Pablo II, 296 al Concilio Vaticano II, 101 veces al documento de Puebla y 85 al documento de Medellín, ambos de la Conferencia General del Episcopado Latinoamericano.
Sus documentos magisteriales preferidos son: Gaudium et spes, Populorum progressio y Evangelii nuntianti.
TESTAMENTO ESPIRITUAL
MONSEÑOR OSCAR A. ROMERO
Un místico encarnado en la realidad
Lectura exegética de su testamento
Mons. Jesús Delgado A.
El testamento de Mons. Romero, como hombre de Iglesia
1.Texto
El testamento de Monseñor Romero, en su primera parte, reza así: “Me cuesta aceptar una muerte violenta que en estas circunstancias es muy posible, incluso el Señor Nuncio de Costa Rica me avisó de peligros inminentes para esta semana. El Padre (Ascue) me dio ánimo diciéndome que mi disposición debe serla de dar mi vida por Dios cualquiera sea el fin de la misma. Las circunstancias desconocidas se vivirán con la gracia de Dios. Él asistió a los mártires y si es necesario lo sentiré muy cerca al entregarle mi último suspiro. Pero, más valioso que el momento de morir es entregarle toda la vida y vivir para él” Hagamos una lectura exegética de este primer trozo del testamento de Monseñor Romero.
2. Comentario
Monseñor Romero confiesa: “me cuesta aceptar una muerte violenta”. Usualmente, aceptar la muerte no es un problema para una persona mística. Conocemos la célebre frase de un místico español; “Vivo sin vivir en mí y tan alta vida espero que muero porque no muero”. El problema se presenta cuando el místico ve la realidad violenta en que vive y pastorea, y en ella ve cernirse la posibilidad de “una muerte violenta” que, como escribe Monseñor Romero a renglón seguido,“en estas circunstancias es muy posible”. Se refiere a la circunstancia política del tiempo en que escribió su testamento. Corría el mes de febrero de 1980, cuando Monseñor Romero estaba amenazado de muerte tanto por gente política de derecha, como por combatientes de izquierda.
Monseñor Romero sabía que donde dos o tres están reunidos en el nombre de Jesús, allí está el Señor y su Espíritu. Como hombre de Iglesia, él no sólo “sentía con la Iglesia” sino también “sentía en Iglesia”; por eso, buscó robustecer su fe con los consejos de su padre espiritual. Este sacerdote era jesuita. Monseñor Romero, cuyo espíritu fue modelado con la mística de San Ignacio de Loyola, encontró en este padre espiritual la mejor orientación de su vida para los momentos de crisis.
Su padre espiritual le aconsejó mantener la disposición de querer dar la vida “por Dios”(este es el aspecto místico),“cualquiera sea el fin de la vida” y cualquiera sean “las circunstancias desconocidas” que acompañen su muerte (este es el aspecto político, o de la realidad). Monseñor Romero entendió que debía ponerse en manos de Dios, y morir como siempre vivió, es decir, “con la gracia de Dios”.
Enseguida, Monseñor Romero visualiza su muerte como la de un mártir. Dios “asistió a los mártires, y si es necesario lo sentiré yo muy cerca al entregarle mi último suspiro” Estas palabras son claves para entender la muerte de un místico a raíz de su inserción en la realidad de la sociedad de su tiempo.
Lo primero que impacta es saber que desde antes de morir Monseñor Romero considera su muerte como un martirio. ¿Por qué? La respuesta nos la da él mismo. Porque “más valioso que el momento de morir, es entregarle toda la vida y vivir para Él”. En otras palabras, Monseñor Romero siempre vivió su vida, como San Pablo, como si fuera una muerte al mundo. Por eso, amenazado de muerte desde 1977, pocos días apenas después de haber sido elegido arzobispo de San Salvador, no se inmutó. Desde ese día, Monseñor Romero vivió y durmió con su vida y con su muerte, como ofrenda a Dios y servicio al prójimo por amor a Dios. Esto hace martirio la vida de Monseñor Romero; es decir, testimonio del amor a Dios que nos faculta a amar al prójimo como a nosotros mismos. No hay duda, Romero murió como vivió. La muerte fue parte de su vida.
Cuando Monseñor Romero escribe el testamento de su vida, cuatro semanas antes de ser brutalmente asesinado, considera su muerte como un martirio. ¿Y esto por qué? No porque hombres violentos le cegarán la vida, sino porque toda su vida fue un verdadero morir al mundo, un testimonio de amor a Dios y al prójimo. Su vida fue una continua ofrenda, y por eso Dios puso su signo, aceptando su muerte en el momento de la ofrenda del pan y del vino, cuando celebraba la Eucaristía. La muerte de Monseñor Romero fue su muerte, un “entregarle mi último suspiro” a Dios.
El testamento de Mons. Romero como hombre de Dios
1.Texto
La segunda parte del testamento de Monseñor Romero adquiere un lenguaje más personal. En ella, Monseñor Romero hace la consagración de su vida y la ofrenda de su muerte. Basta ordenar la lectura del texto dividiéndolo en dos columnas, de las cuales, la de izquierda nos hace ver su personalidad mística, y la de derecha su compromiso con el hombre en su realidad.
Lo místico y lo político (como inserción en la realidad)
“Renuevo así mi consagración al Corazón de Jesús que siempre ha sido fuente de inspiración y de alegría cristiana de mi vida y confío también a su Providencia amorosa toda mi vida y acepto con fe en él, mi muerte……………………………….por muy difícil que sea. No quiero darle una intención como quisiera por la paz de mi país y por el florecimiento de nuestra Iglesia. Porque el Sagrado Corazón de Cristo sabrá darle el destino que quiera.
Me basta, para estar feliz y confiado saber con seguridad que en él está mi vida y mi muerte…………………………… y que a pesar de mis pecados en él he puesto mi confianza y no quedaré confundido…………………………y otros proseguirán con más sabiduría y santidad, los trabajos de la Iglesia y de la Patria”
2. Comentario.
En esta segunda parte, Monseñor se atreve a ver al Sagrado Corazón fuera del altar y dentro de la realidad política en que vive, cuando escribe que de su muerte: “él sabrá darle el destino que quiera”, se entiende, en la realidad del mundo en que vivimos.
Por otra parte, al reconocerse pecador, Monseñor Romero se pone del lado de los que cometerán el pecado de matarlo. Marca con ello una cercanía evangélica y evangelizadora con los pecadores y cumplimiento del mandato de jesús de amar a sus enemigos y hacer el bien a quien te hace el mal.
En fin, las últimas dos palabras condesan lo místico y lo real de su persona: Iglesia y Patria.
Iglesia
Para Monseñor Romero el concepto fundamental de Iglesia, concepto que siempre tuvo en su mente y en su corazón hasta la muerte, es el que formula en su lema “Sentir con la Iglesia”: es decir, la obediencia total e inquebrantable al Papa, representante de Cristo en la Iglesia, como cabeza y jefe de la misma. Es una visión vertical, que parte de lo trascendental, de lo alto, y baja hacia lo relativo. Con el tiempo, esta visión vertical y jerárquica de la iglesia se va abriendo a la dimensión horizontal, la Iglesia como Pueblo de Dios, como Cuerpo de Cristo en la historia. Pero, el concepto ignaciano de Iglesia como obediencia al Papa, nunca lo abandonó Monseñor Romero.
Patria
El concepto de Patria evoluciona en el pensamiento de Monseñor Romero. Desde temprana edad, el joven sacerdote asume el concepto de don Alberto Masferrer, patria como sinónimo de tierra donde yo nací y que me alimenta como una madre. Más tarde,. Patria pasa a ser sinónimo de pueblo que aspira a vivir en democracia los valores e ideales que los próceres nos legaron: Dios, Unión y Libertad. Por fin, Patria es la aspiración justa de los desposeídos y marginados a vivir una vida más humana, con respeto a la vida y a los bienes ajenos.
Fuente: www.beatificacionromero.org