PAPA FRANCISCO: LA IGLESIA ES LA “PORTERA” DE LA CASA DEL SEÑOR, NO LA DUEÑA
Queridos amigos, les ofrecemos el texto completo de la bella catequesis de hoy – miércoles 18 de noviembre- del Papa Francisco, en la que ha explicado el sentido del próximo Jubileo, en el que se pone de relieve la Puerta de la misericordia de Dios, que está siempre abierta: Dios nunca se cansa de perdonarnos ni de esperarnos, y nos invita a pedir su misericordia.
«Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Con la reflexión de hoy hemos llegado al umbral del Jubileo, está cerca. Ante nosotros se encuentra la Puerta Santa, símbolo de la gran puerta de la Misericordia de Dios, que es una puerta hermosa que acoge nuestro arrepentimiento y ofrece la gracia de su perdón. La puerta está generosamente abierta; pero es necesario un poco de valor por nuestra parte para cruzar el umbral.
Todos nosotros llevamos dentro cosas que nos pesan… ¿o no? Todos, ¿no? Todos somos pecadores. Aprovechemos este momento que viene y crucemos el umbral de esta misericordia de Dios que nunca se cansa de perdonar, nunca se cansa de esperarnos, nos mira, está siempre junto a nosotros. ¡Ánimo! ¡Entremos por esta puerta!
Del Sínodo de los Obispos que celebramos el pasado mes de octubre, todas las familias y la Iglesia entera, hemos recibido la invitación a encontrarse en el umbral de esta puerta abierta. La Iglesia ha sido animada a abrir sus puertas para salir con el Señor al encuentro de sus hijos y de sus hijas en camino, a veces inciertos, a veces perdidos en estos tiempos difíciles. Las familias cristianas, especialmente, han sido animadas a abrir la puerta al Señor que espera para entrar, trayendo su bendición y su amistad.
Y si la puerta de la misericordia de Dios está siempre abierta, también las puertas de nuestras iglesias, del amor de nuestras comunidades, parroquias, diócesis e instituciones deben estar abiertas; porque así todos podemos salir a llevar esta misericordia de Dios. El Jubileo significa la gran puerta de la Misericordia de Dios, pero también las pequeñas puertas de nuestras iglesias abiertas para dejar entrar al Señor o, tantas veces, dejar salir al Señor prisionero de nuestras estructuras, de nuestro egoísmo, de tantas cosas.
El Señor no fuerza jamás la puerta: Él también pide permiso para entrar. El Libro del Apocalipsis dice: «Yo estoy junto a la puerta y llamo: si alguien oye mi voz y me abre, entraré en su casa y cenaremos juntos” (3,20). Y en la última gran visión de este Libro, así se profetiza de la Ciudad de Dios: «Sus puertas no se cerrarán nunca durante el día», lo que significa para siempre, porque «no existirá la noche en ella» (21,25).
Existen lugares en el mundo en los cuales no se cierran las puertas con llave, aún los hay. Pero existen muchos otros donde las puertas blindadas se han convertido en algo normal. No debemos rendirnos a la idea de tener que aplicar este sistema a toda nuestra vida, a la vida de la familia, de la ciudad, de la sociedad. Y mucho menos en la vida de la Iglesia. ¡Sería terrible! Una Iglesia inhóspita, así como una familia cerrada en sí misma, mortifica el Evangelio y hace el mundo más árido. ¡Nada de puertas blindadas en la Iglesia! ¡Todo abierto!
La gestión simbólica de las “puertas” – de los umbrales, de los pasos, de las fronteras – se ha hecho crucial. La puerta debe proteger, cierto, pero no rechazar. La puerta no debe ser forzada, al contrario, se pide permiso, porque la hospitalidad resplandece en la libertad de la acogida, y se oscurece en la prepotencia de la invasión.
La puerta se abre frecuentemente, para ver si afuera esta alguno que espera y tal vez no tiene la valentía o ni siquiera tiene la fuerza de llamar. ¡Cuánta gente ha perdido la confianza, no tiene el valor de llamar a la puerta de nuestro corazón cristiano, a las puertas de nuestras iglesias , y están ahí y no tienen el valor, les hemos quitado la confianza! Por favor, esto no debe suceder nunca.
La puerta dice muchas cosas de la casa, y también de la Iglesia. La gestión de la puerta necesita un atento discernimiento y, al mismo tiempo, debe inspirar gran confianza.
Quisiera expresar una palabra de agradecimiento para todos los custodios de las puertas: de nuestros condominios, de las instituciones cívicas, de las mismas iglesias. Muchas veces la sagacidad y la gentileza de la recepción son capaces de ofrecer una imagen de humanidad y de acogida de la entera casa ya desde la entrada.
¡Hay que aprender de estos hombres y mujeres que son los guardines de los lugares de encuentro y de acogida de ciudad del hombre! A todos ustedes, custodios de tantas puertas, sean puertas de habitaciones, sean puertas de las iglesias: ¡muchas gracias! Pero estén siempre con una sonrisa, siempre mostrando la hospitalidad de esa casa, de esa iglesia, así la gente se siente feliz y acogida en ese lugar.
En verdad, sabemos bien que nosotros mismos somos los custodios y los siervos de la Puerta de Dios. Y ¿cómo se llama la puerta de Dios? ¿Quién puede decirlo? ¿Quién es la puerta de Dios? Jesús. ¿Quién es la puerta de Dios? ¡Fuerte! ¡Jesús! Él nos ilumina en todas las puertas de la vida, incluso aquella de nuestro nacimiento y de nuestra muerte.
Él mismo ha afirmado: «Yo soy la puerta. El que entra por mí se salvará; podrá entrar y salir, y encontrará su alimento» (Jn 10,9). Jesús es la puerta que nos hace entrar y salir. ¡Porque el redil de Dios es un refugio, no es una prisión! La casa de Dios es un refugio, no es una prisión, y la puerta se llama… ¡Una vez más! ¿Cómo se llama? ¡Jesús!
Y si la puerta está cerrada, decimos: “¡Señor, abre la puerta!”. Jesús es la puerta y nos hace entrar y salir. Son los ladrones los que tratan de evitar la puerta: es curioso, los ladrones siempre tratan de entrar por otra parte, por la ventana, por el techo, pero evitan la puerta, porque tienen malas intenciones, y se meten en el rebaño para engañar a las ovejas y aprovecharse de ellas.
Nosotros debemos pasar por la puerta y escuchar la voz de Jesús: si escuchamos su voz estamos al seguro, estamos salvados. Podemos entrar sin temor y salir sin peligro. En este hermoso discurso de Jesús, se habla también del guardián, que tiene la tarea de abrir al buen Pastor (Cfr. Jn 10,2). Si el guardián escucha la voz del Pastor, entonces abre y hace entrar a todas las ovejas que el Pastor trae, todas, incluso aquellas perdidas en el bosque que el buen Pastor ha ido a buscar para traerlas de vuelta.
Las ovejas no las elige el guardián, no las elige el secretario parroquial o la secretaria de la parroquia – no, ¡no las elige, eh! – las ovejas son todas invitadas, son escogidas por el buen Pastor. El guardián – también él – obedece a la voz del Pastor. Entonces, podemos bien decir que nosotros debemos ser como este guardián. La Iglesia es la portera de la casa del Señor, la Iglesia es la portera, no es la dueña de la casa del Señor.
La Sagrada Familia de Nazaret sabe bien qué cosa significa una puerta abierta o cerrada, para quien espera un hijo, para quien no tiene amparo, para quien huye del peligro. Que las familias cristianas hagan del umbral de sus casas un pequeño gran signo de la Puerta de la misericordia y de la acogida de Dios.
Es así que la Iglesia deberá ser reconocida, en cada rincón de la tierra: como la custodia de un Dios que llama, como la acogida de un Dios que no te cierra la puerta en la cara con la excusa de que no eres de casa.
Con este espíritu nos acercamos todos al Jubileo, estará la Puerta Santa, pero también ¡la Puerta de la gran Misericordia de Dios Que también haya una puerta en nuestro corazón para recibir todos el perdón de Dios o dar nuestro perdón y recibir a todos aquellos que llaman a nuestra puerta. Gracias».
(Traducción del italiano: Renato Martínez – Radio Vaticano)
Fuente: NEWS. VA