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Diócesis de Zárate – Campana

En la iglesia catedral de Santa Florentina, sábado 7 a las 19. 


Homilía:
Queridos sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas, seminaristas, hermanos, hermanas, queridas familias:
Oramos hoy por la Paz, en esta vigilia a que nos ha convocado el Papa Francisco, por la Paz en nuestros corazones, en los pueblos que sufren guerra y persecución, por la Paz en Siria, en Medio Oriente y en todo el mundo. Quizá algunos puedan pensar: “las guerras están lejos –geográficamente- de nosotros”. Sería vanidad el pensarlo. En primer lugar, hay una solidaridad en la común humanidad, en la fraternidad, son hermanos y hermanas nuestros los que sufren. Luego, recordemos unas sabias palabras de ese insigne escritor que fue Ernest Hemingway: “No preguntes por quien doblan las campanas, están doblando por ti”.
Llega cada vez más el momento, en el respeto y la garantía de los derechos humanos que han de ser tutelados y defendidos, en que la familia humana debe “hacerse cargo”, corresponsabilizarse moral y socialmente, en estas situaciones dramáticas, en este mundo nuestro que es, asimismo “maravilloso y dramático”. Tengamos presente, les ruego, que es de los corazones purificados como las personas se purifican, así como de corazones empodrecidos, las personas se arruinan o empodrecen, y generan desarmonía y ruina, con la que penetran la sociedad. Más aún, tantas veces se engendran “estructuras de pecado” de las que es difícil salir, que devoran, incluso, y que producen, a la vez, más y más ruina estructural, saliéndose ya del ámbito del individuo.
Aunque parezca meramente teórico el recordarlo en estas circunstancias, la paz tiene que ver con cómo sea nuestro corazón. Dice la Regla de San Benito, a quien puede llamárselo “constructor de civilización de paz”, que “busca la paz un corazón purificado”. Es decir, hay un vector directo entre el corazón, como dijimos, en sentido bíblico, y los pueblos, y el destino de las naciones. Del corazón surge lo que se habla, pues dice la Escritura que los labios están al servicio del corazón, bueno o malo (Prov 10,32 15,7 24,2). El corazón revela las cualidades de las personas, como por ejemplo la gracia del rey o el gobernante ideal (Cf Sal 45,3) y todo lo que hay de bueno proviene del corazón bueno, y crea “concordia” que no es otra cosa que “con-cordia” corazones buenos unidos, en pro de una comunidad de gracia y paz, y que marcha hacia adelante. O bien, por el contrario, los reclamos engañosos (Cf Prov 5,3 7,21). En aquél que vive en el pecado de la doblez la doblez existe en el fondo un corazón empodrecido, con su cortejo de mentira, artimañas y de calumnia (Crf Prov 4,24 12,22 Sal 120,2; Eclo 51,2). Doblez que afecta al diálogo con Dios: «este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí» Is 29,13; Mt 15,8). La carta alos Hebreos (8,10) nos dice: “Pondré mis leyes y sobre su corazón las escribiré”. Y Mateo 15,18 acentúa más, pues refiere también al corazón los pensamientos y sentimientos del hombre.
Pues de las personas se hacen los grupos, las comunidades, los pueblos, las naciones. Y por eso, corazones egoístas, autorreferenciales, complejos, omnipotentes, van generando en otros una dinámica de empodrecimiento que es más bien una contra-dinámica que genera, a la vez, una anti-civilización, aquella donde prevalece el odio y la guerra, y se pone a las personas y a los pueblos al borde de la ruina. En esta vigilia nuestra no es el caso de analizar culpabilizar a unos o a otros. De de lo que se trata, en y desde la oración, es de responsabilizarse, de “hacerse cargo” de los corazones, de las personas, de las familias, de los pueblos, de las naciones, y tanto más lo será cuánta mayor sea la responsabilidad que cada uno tiene en el concierto de las naciones: la paz es posible y se puede construirla. Para eso hoy estamos, para poner el motor fundamental, la oración y la petición de la gracia divina, pues sabemos que sólo “en Aquél que nos conforta” podemos hacernos cargo.
En la Vigilia de Oración por la Paz, en Plaza de San Pedro, el Papa Francisco hizo referencia a cómo desde el cambio de corazón puede producirse la paz, así también a cómo puede generarse, por el contrario, el caos. Y -dijo- “(…) precisamente en medio de este caos, Dios pregunta a la conciencia del hombre: «¿Dónde está Abel, tu hermano?». Y Caín responde: «No sé, ¿soy yo el guardián de mi hermano?» (Gn 4,9). Esta pregunta se dirige también a nosotros, y también a nosotros nos hará bien preguntarnos: ¿Soy yo el guardián de mi hermano? Sí, tú eres el guardián de tu hermano. Ser persona humana significa ser guardianes los unos de los otros. Sin embargo, cuando se rompe la armonía, se produce una metamorfosis: el hermano que deberíamos proteger y amar se convierte en el adversario a combatir, suprimir. ¡Cuánta violencia se genera en ese momento, cuántos conflictos, cuántas guerras han jalonado nuestra historia!. Basta ver el sufrimiento de tantos hermanos y hermanas. No se trata de algo coyuntural, sino que es verdad: en cada agresión y en cada guerra hacemos renacer a Caín”.
Por eso, hermanos, hermanas, la indiferencia es el primer escalón hacia abajo, hacia la caída. No consintamos en convertirnos, más no sea por indiferencia, en “Caín”; por no correr tras la paz, cada uno según su misión y la responsabilidad que le ha sido confiada. Más bien busquemos siempre la paz y corramos tras ella, como aconseja el mismo San Benito, en su Regla, capítulo IV, y lo cito aunque habrá quien, en las circunstancias presentes, pueda parecerle un simplismo: “Cumplir cotidianamente los mandamientos de Dios. Amar la castidad, no odiar a nadie, no ser celoso, no cultivar la envidia, no amar las peleas, huir de la altivez y respetar a los ancianos, amar a los jóvenes, orar por los enemigos en el amor de Cristo, en la eventualidad de un conflicto con un hermano, establecer la paz antes de la caída del sol. Y no desesperar jamás de la misericordia de Dios”.
A la Divina Misericordia, de manos de María la Virgen, Reina de la Paz, encomendamos a los pueblos que sufren, encomendamos la construcción responsable de la paz y la justicia, y la concordia, es paz “que es obra de la Justicia”, con mayúsculas, la que viene desde el Cielo, la Paz de Dios en los corazones y en los pueblos.

+Oscar Sarlinga, Obispo de Zárate-Campana.

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