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Sábado 6 por la tarde celebramos las vísperas de la Divina Misericordia, festividad instituida por el beato Juan Pablo II. Mañana, en el Domingo de la Divina Misericordia, 7 de abril. Nuestro Obispo Mons. Oscar Sarlinga asiste este Domingo 7 a la parroquia de “Jesús Misericordioso”, en Garín (partido de Escobar) donde estará presente en la procesión (que comienza a las 10) por las calles de esa barriada (salimos a “caminar”), junto con los sacerdotes, hermanos, hermanas, fieles en general, en ese lugar tan querido donde la iglesia parroquial fue inaugurada en 2007. La Misa, presidida por Mons. Oscar Sarlinga, es celebrada a las 11. Oramos por los sufrientes, los enfermos, los que están solos, deprimidos, angustiados, los que han perdido la fe y la esperanza, aquellos que carecen de lo necesario para una vida digna, por el aumento de la solidaridad efectiva entre nosotros los cristianos, por las vocaciones sacerdotales, religiosas, misioneras, laicas consagradas, y por las almas del purgatorio más necesitadas de la Misericordia Divina.
Nos dijo nuestro Obispo Oscar un par de años atrás, refiriéndose a la Divina Misericordia:
“Jesús, en Vos confío, queremos expresar hoy, con alabanza, con plenitud, con paz. Para compenetrarnos más en la Misericordia Divina, los invito a meditar el maraviloso salmo 117 (Sal 117, 2-4. 22-24. 25-27ª) porque, me parece, es la actitud de “alabanza” la que nos mueve a vivir en nuestro interior con paz y prosperidad “del corazón”, aún sin ser exentos de sufrimiento, pruebas o amarguras. A Dios, que es nuestro Padre de Amor, le clamamos: “Sálvanos, Señor, asegúranos la prosperidad… y le exclamamos: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! Nosotros los bendecimos desde la Casa del Señor: el Señor es Dios, y Él nos ilumina”. Ven, queridos hermanos y hermanas: “bendecir y alabar” traen “liberación”, porque liberan el espíritu de “dolores inútiles”, porque nos asocian al único dolor redentor, que es la asociación a la Pasión de Cristo, y a su gloriosa Resurrección, porque, en el fondo, es la alabanza la que produce en nosotros esa alegría que nadie nos puede quitar. Alabar a Dios por su creación, alabarlo por su redención, y alabarlo hasta “en lo último de nuestros tiempos interiores”, abriendo los ojos del espíritu a la visión del libro del Apocalipsis (1, 9-11a. 12-13. 17-19) , tal como San Juan ve “a alguien semejante a un Hijo de hombre, revestido de una larga túnica”, es decir, a Jesucristo, el Resucitado de entre los muertos. Lo primero y lo último que dice Jesús Resucitado es “No temas: yo soy el Primero y el Ultimo, el Viviente. Estuve muerto, pero ahora vivo para siempre y tengo la llave de la Muerte y del Abismo. Escribe lo que has visto, lo que sucede ahora y lo que sucederá en el futuro». Sean como fueren los acontecimientos de nuestra vida y de este mundo tan cambiante, nunca tengamos miedo, porque el miedo paraliza, y porque, pase lo que pase a nuestro alrededor, sólo el Señor Misericordiso “tiene la llave de la historia, del sucederse de los hechos y de los acontecimientos, guiados por su Providencia”. Así, el fruto de la presencia de Jesús Resucitado en nuestras vidas nos da la verdadera paz, esa que, más que la “ausencia de conflicto”, es más bien “plenitud” (como lo sugiere la noción judaica de “shalom”). Por eso en el Evangelio según san Juan (20, 19-31) Jesús manifiesta a los suyos un deseo-mandato: «¡La paz esté con ustedes!. Hoy nos lo dice a nosotros, y también sopla, y nos da el Consuelo: «Reciban el Espíritu Santo”. ¿Qué más puede darnos?. Recibámoslo con la recuperada fe del Apóstol Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!».