Homilía de monseñor Emil Paul Tscherrig, nuncio apostólico en la Argentina, en la misa por el 103º Aniversario de la muerte del Santo Cura Brochero (26 de enero de 2017)
Excelencia, monseñor Santiago Olivera, obispo de Cruz del Eje,
Estimadas autoridades civiles,
Hermanos en el sacerdocio, diáconos consagradas,
Queridos hermanos en Cristo de Villa Cura Brochero,
Queridos peregrinos:
He venido con gran alegría, como representante del Papa, a conmemorar con Uds. el 103º aniversario de la muerte o de la Pascua del Santo Cura Brochero. Los saludo cordialmente en nombre del Papa Francisco que ha querido elevar a nuestro Cura al honor de los altares. Estuve aquí con Ustedes hace 4 años para celebrar los 99 años del fallecimiento del entonces Siervo de Dios. Ahora festejamos al primer santo “nacido y criado” en Argentina como intercesor nuestro y patrono del clero argentino.
Agradecemos a Nuestro Señor Jesucristo por el don de este nuevo santo. Él nos invita hoy a renovar nuestro compromiso de discípulos misioneros de Jesucristo y nos recuerda que el espíritu que hemos recibido, según las palabras de San Pablo (2 Tim, 1, 8), “no es un espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor y de sobriedad”. Por lo tanto el Apóstol nos pide imitar el ejemplo del santo Cura Brochero, y no avergonzarnos “del testimonio de nuestro Señor”. Muchos cristianos tienen hoy vergüenza de ser discípulos de Jesús, se esconden en la muchedumbre o simplemente pretenden que la misión es algo para el clero, los consagrados o los catequistas. Ellos tienen miedo ser reconocidos como católicos en un mundo cada vez más secularizado e indiferente a los ideales cristianos.
La vida del Cura Brochero es por tanto como un libro abierto, donde podemos encontrar la verdadera naturaleza del nuestro bautismo y de la vocación cristiana. El Santo es ante todo un cristiano, un hombre de profunda fe y lleno de fervor por el Reino de Dios. Movido por la fe recibida a través de sus padres, él se consideró misionero, eso es enviado de Cristo para hacer llegar la gracia del bautismo a los demás. Con el testimonio de su vida, se hizo pobre con los pobres, misericordioso con los pecadores, compasivo con los enfermos y cercano a las familias sin distinción de clase social. Así, el santo Cura ha demostrado que la caridad es “el alma de la santidad a la que todos (somos) llamados” (CEC, 826).
José Gabriel del Rosario habría podido pasar su vida en una linda parroquia de Córdoba, porque era doctor en filosofía y Prefecto de Estudios del Seminario Mayor. Pero él aceptó, como lo diría el Papa Francisco, una misión en la periferia de la Diócesis. Es a la población de estas sierras, que ha dedicado toda su vida activa de pastor: educando y ayudando a los lugareños, visitando a los más pobres y marginados, haciendo que se edificaran iglesias, escuelas y carreteras, obteniendo la apertura de sedes postales y bancarias y también la extensión de la red de ferrocarriles.
Mirando el desarrollo de este pueblo, se entiende que el mismo Santo Cura continúa haciendo bien a esta región por su intercesión que, como dijo el Papa Francisco, conmueve el corazón de Dios (cfr. EG, 283). Podemos visitar también la Casa de los Ejercicios Espirituales que erigió en 1877, un centro que llegó a acoger más de 40’000 personas y representaba un puntal de su estrategia evangelizadora. El Cura confesó al respecto: “Dios, en los santos ejercicios, me ha enseñado a mí y a ustedes que el hombre debe primero perder su honor, sus bienes o riquezas y su vida misma, antes que perder a Dios o sea su salvación” (Sr. María N. Diaz Cornejo, José Gabriel del Rosario Brochero, 69).
Como los primeros discípulos del evangelio que hemos escuchado (Lc 10, 1-10), el santo Cura era un hombre en salida. Ya en 2008 el entonces Cardenal Bergoglio observaba: Brochero “salía a buscar y juntaba buenos y malos. Esta es una gran enseñanza: tenemos que pasar del cura recibidor al cura buscador”. Además, cuando quisieron hacerlo canónigo, “no con mala voluntad sino honrándolo, comentaba: ‘estos ameses no son para esta mula, esta mula es salidora’” (Olivera, Cura Brochero, 97-98). A los que le reprocharon su conducta hacia los más despreciados respondió: “La culpa la tiene nuestro Señor, que obró de la misma manera y paraba en la casa de los pecadores para atraerlos a su Reino” (Sr. María, op. cit. 57).
El Santo Padre Francisco, como el Cura Brochero, continúa pidiendo una Iglesia en salida. En la Exhortación “La Alegría del Evangelio” nos invita con insistencia: “Salgamos, salgamos a ofrecer a todos la vida de Jesucristo. Repito aquí para toda la Iglesia lo que muchas veces he dicho a los sacerdotes y laicos de Buenos Aires: prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad” (EG, 49).
Muchos piensan hoy que la Iglesia es una Institución obsoleta, superada e inútil. El Santo Cura Brochero y el Papa Francisco nos recuerdan en cambio que la misión principal de la Iglesia es la de anunciar el Evangelio. Quien acepta el mensaje de la Iglesia y cree en Jesucristo, Hijo de Dios, hecho hombre y se hace bautizar, obtendrá la vida eterna por gracia y misericordia de Dios. Con su labor evangelizadora, la Iglesia ofrece a la humanidad la única medicina que existe contra la muerte y la corrupción de toda materia. Esta medicina es Cristo mismo, Él es nuestra paz y la paz que redime el mundo. Es la paz que el Señor ha confiado a sus discípulos cuando les envió a su primera misión. En su paz, Cristo nos ofrece la reconciliación con Dios a través del perdón de los pecados. Cuenta el Padre Bustamente respeto a nuestro Santo:”¡Cuántas veces se le vio de rodillas a los pies de ciertos pecadores que, duros a sus paternales amonestaciones y lágrimas, se resistían a recibir el bien, que en nombre del Santo Cristo que tenía en sus manos, les ofreció!” (Olivera, op. cit., 57).
Él mismo, consciente de la responsabilidad que le confería el sacerdocio para la salvación de los pecadores, ha dicho: “El sacerdote que no tiene mucha lástima de los pecadores es medio sacerdote”. A sus sacerdotes ayudantes, les comunicó por escrito “que cuanto sean más pecadores o más rudos o más inciviles mis feligreses, los han de tratar con más dulzura y amabilidad en el confesionario, en el púlpito y aun en el trato familiar” (Sr. María, 56). El Papa Francisco pide los mismos sentimientos cuando recuerda a los sacerdotes “que el confesionario no debe ser una sala de torturas sino el lugar de la misericordia del Señor que nos estimula a hacer el bien posible”. Porque “Un pequeño paso, en medio de grandes límites humanos, puede ser más agradable a Dios que la vida exteriormente correcta de quien trascurre sus días sin enfrentar importantes dificultades” (EG, 44). Y hablando de la misericordia y del perdón de Dios, el Papa preguntó a la gente presente en una de sus audiencias: “¿Han pensado alguna vez que cada vez que nos acercamos a un confesionario hay alegría en el cielo?” Y concluyó exclamando: “¡Qué bonito!” (Angelus, 11.09.2016). De su parte, el Cura Brochero fue durante toda su vida la imagen del rostro misericordioso de Cristo Señor. En una carta al Secretario del Obispado de Córdoba escribió: “Yo me felicitaría si Dios me saca de este planeta sentado confesando y explicando el Evangelio” (Olivera, op.cit., 52).
Pero el Santo Cura sabía muy bien que la fuente viva de su ministerio era la oración y la meditación. Cuando se lo requería, solía contestar: “Voy, una vez que termine mis rezos” (Sr. María, 99). Desde su juventud tuvo una profunda veneración por la Purísima. Pero el centro de su vida espiritual y su actividad era la Eucaristía en la cual ha visto la presencia y el permanente amor de Dios. En una plática sobre la última cena habló del milagro de la Eucaristía llamándola un “milagro de amor … una maravilla de amor … un complemento de amor”. Él ha visto en la Eucaristía “la prueba más acabada (del amor infinito de Dios) hacia mí, hacia ustedes, hacia el hombre” (Olivera, op. cit., 52).
Queridos hermanos: Cristo ha fundado la Iglesia para anunciar la alegría del evangelio y la misericordia de Dios a toda la humanidad. Esta misión encuentra su expresión muy argentina en el Santo Cura Brochero y en el Papa Francisco. Ambos nos piden hoy a asumir nuestra responsabilidad como cristianos y transformarnos en discípulos misioneros de Jesucristo. Ello implica en primer lugar no tener miedo ser cristianos y no tener vergüenza ser católicos; en segundo lugar debemos profesar nuestra fe e identidad con entusiasmo y alegría. Como el Cura Brochero y el Papa Francisco debemos anunciar un Dios misericordioso y lleno de amor por cada ser humano y en particular por los más necesitados, abandonados, despreciados de la sociedad, y en fin por los pecadores que somos todos nosotros. Debemos testimoniar que Jesucristo es vivo, que ha resucitado venciendo el pecado y la muerte. Ello significa que tenemos que irradiar esperanza y confianza, porque a pesar de las penas y lágrimas de esta vida sabemos que estamos en las manos misericordiosas de Dios y que tenemos un porvenir en el cielo. Es el mensaje que nuestro Santo ha predicado y practicado durante toda su vida. Seamos por tanto también nosotros testigos de amor y perdón en nuestros hogares, en los lugares del trabajo, en las escuelas y en la sociedad contemporánea. Cristo mismo ha dicho: “Al que me reconozca abiertamente ante los hombres, yo lo reconoceré ante mi Padre que está en el cielo. Pero yo renegaré ante mi Padre que está en el cielo de aquel que reniegue de mí ante los hombres” (Mt 10, 32-33). Por lo tanto, anunciar a Cristo y dar testimonio de Él con nuestra vida no es una opción sino la responsabilidad de cada bautizado.
Oremos hoy para que el santo Cura, por intercesión de la Purísima continúe rezando por nosotros, el Papa y la Iglesia; que pida al Señor la gracia de renovar nuestra fe, nuestra fidelidad a Cristo y la Iglesia; y que nos ayude a ser todos, sin excepción, discípulos misioneros en la Iglesia de Argentina al inicio de este nuevo milenio. Y celebrando ahora la Eucaristía tan querida para el Cura Brochero, pidamos con él:
¡Oh María, Madre nuestra!
Alcánzanos la gracia de reconocer los tesoros y riquezas
que tu Hijo nos dejó en este sacramento de amor.
Alcánzanos las fuerzas necesarias, para llegar a él con mucha frecuencia,
a enriquecernos con su virtudes.
Porque desde hoy, queremos amar a tu Hijo,
que tanto nos amó y es tan digno de ser amado.
Haznos conocer la grandeza del don que nos dejaste en la hostia consagrada,
y el infinito amor que nos manifiestas en ella,
para recibirte con frecuencia en ella y unirnos contigo
a fin de participar de tu miasma vida,
de tu misma divinidad y de tu misma gloria”. Amén.
Fuente: AICA