Diócesis de Zárate – Campana

¿POR QUÉ UN JUBILEO DE LA MISERICORDIA? EL PAPA FRANCISCO LO EXPLICA

Queridos amigos, en su catequesis de la audiencia general de esta mañana -9 de mayo- , el Papa Francisco ha explicado las razones que le han movido a declarar el Año Santo que inició ayer. Estas han sido sus palabras:

“¿Por qué un Jubileo de la Misericordia? ¿Qué significa esto?

La Iglesia necesita de este momento extraordinario. No digo ‘es bueno para la Iglesia’ este tiempo extraordinario, no; digo que la Iglesia necesita de este momento extraordinario.

En nuestra época de profundos cambios, la Iglesia está llamada a ofrecer su contribución peculiar, haciendo visibles los signos de la presencia y de la cercanía de Dios. Y el Jubileo es un tiempo favorable para todos nosotros, porque contemplando la Divina Misericordia, que supera cada límite humano y resplandece sobre la oscuridad del pecado, podamos transformarnos en testigos más convencidos y eficaces.

Dirigir la mirada a Dios, Padre misericordioso, y a los hermanos necesitados de misericordia, significa poner la atención sobre el contenido esencial del Evangelio: Jesús, la Misericordia hecha carne, que hace visible a nuestros ojos el gran misterio del Amor trinitario de Dios. Celebrar un Jubileo de la Misericordia equivale a poner de nuevo al centro de nuestra vida personal y de nuestras comunidades lo específico de la fe cristiana, es decir, Jesucristo, Dios misericordioso.

Un Año Santo, por lo tanto, para vivir la misericordia. Sí, queridos hermanos y hermanas, este Año Santo nos es ofrecido para experimentar en nuestra vida el toque dulce y suave del perdón de Dios, su presencia al lado de nosotros y su cercanía, sobre todo en los momentos de mayor necesidad.

Este Jubileo, en resumen, es un momento privilegiado para que la Iglesia aprenda a elegir únicamente “lo que a Dios le gusta más”. Y, ¿qué cosa es lo que “a Dios le gusta más”? Perdonar a sus hijos, tener misericordia de ellos, de modo que también ellos puedan a su vez perdonar a los hermanos, resplandeciendo como antorchas de la misericordia de Dios en el mundo. Esto es aquello que a Dios le gusta más.

San Ambrosio, en un libro de teología sobre Adán que escribió, toma la historia de la creación del mundo y hace notar que la Biblia, después de que Dios hizo cada cosa –la luna, el sol o los animales- dice: “Y Dios vio que esto era bueno”. Pero cuando hizo al hombre y la mujer, la Biblia dice que Dios “Vio que esto era muy bueno”.

San Ambrosio se pregunta: ¿por qué dice “muy bueno”?, ¿por qué está tan contento Dios después de la creación del hombre y de la mujer? Porque finalmente tenía alguien a quien perdonar. Es bello esto. La alegría de Dios es perdonar, el ser de Dios es misericordia.

Por eso, este año debemos abrir el corazón, para que este amor, esta alegría de Dios nos llene, nos llene a todos nosotros de esta misericordia.

El Jubileo será un “tiempo favorable” para la Iglesia si aprendemos a elegir “lo que a Dios le gusta más”, sin ceder a la tentación de pensar que hay algo más importante o prioritario. Nada es más importante que elegir “lo que a Dios le gusta más”, ¡su misericordia, su amor, su ternura, su abrazo, sus caricias!

También la necesaria obra de renovación de las instituciones y de las estructuras de la Iglesia es un medio que debe conducirnos a hacer la experiencia viva y vivificante de la misericordia de Dios que, sola, puede garantizar a la Iglesia el ser aquella ciudad puesta sobre un monte que no puede permanecer escondida (cfr Mt 5,14).

Solamente resplandece una Iglesia misericordiosa. Si debiéramos, aún solo por un momento, olvidar que la misericordia es “lo que a Dios le gusta más”, cada esfuerzo nuestro sería en vano, porque nos convertiríamos en esclavos de nuestras instituciones y de nuestras estructuras, por más renovadas que puedan ser, pero siempre seríamos esclavos.

«Sentir fuerte en nosotros la alegría de haber sido reencontrados por Jesús, que como Buen Pastor ha venido a buscarnos porque estábamos perdidos»: éste es el objetivo que la Iglesia se pone en este Año Santo. Así reforzaremos en nosotros la certeza de que la misericordia puede contribuir realmente a la edificación de un mundo más humano.

Especialmente en nuestro tiempo, en que el perdón es un huésped raro en los ámbitos de la vida humana, el llamamiento a la misericordia se hace más urgente en todo lugar: en la sociedad, en las instituciones, en el trabajo y también en la familia.

Cierto, alguno podría objetar: “Pero, Padre, la Iglesia, en este Año, ¿no debería hacer algo más? Es justo contemplar la misericordia de Dios, pero ¡hay muchas necesidades urgentes!”.

Es verdad, hay mucho por hacer, y yo en primer lugar no me canso de recordarlo. Pero es necesario tener en cuenta que, en la raíz del olvido de la misericordia, está siempre el amor proprio. En el mundo, esto toma la forma de la búsqueda exclusiva de los propios intereses, de placeres, de honores unidos al querer acumular riquezas; mientras que en la vida de los cristianos se disfraza a menudo de hipocresía y de mundanidad. Todas estas cosas son contrarias a la misericordia.

Los impulsos del amor propio, que hacen extranjera la misericordia en el mundo, son tantos y tan numerosos que frecuentemente ni siquiera somos capaces de reconocerlos como límites y como pecado.

He aquí por qué es necesario reconocer que somos pecadores, para reforzar en nosotros la certeza de la misericordia divina. “Señor, yo soy un pecador, Señor soy una pecadora, ven con tu misericordia”; esta es una oración bellísima, es fácil eh, es una oración fácil para decirla todos los días, todos los días: “Señor yo soy un pecador, Señor yo soy una pecadora, ven con tu misericordia”.

Queridos hermanos y hermanas, deseo que en este Año Santo cada uno de nosotros experimente la misericordia de Dios, para que seamos testigos de “lo que a Dios le gusta más”. ¿Es de ingenuos creer que esto pueda cambiar el mundo? Si, humanamente hablando es de locos, pero «la locura de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que la fortaleza de los hombres» (1 Cor 1,25). Gracias.

(Traducción por Mercedes De La Torre – Radio Vaticano).

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